Sexualidad, trabajo y costumbres en el siglo XXI

Cinco familias, si entendemos por familia dos personas que se juntan para compartir su vida en común, aunque como en una provincia como Albacete es difícil encontrar parejas del mismo sexo, elegiré una cosa sencilla: cinco parejas, cinco hombres y cinco mujeres, cinco hijos (por supuesto, repartidos de diferente manera).
Los cinco hombres trabajan, como no puede ser de otra manera en el siglo XXI, salvo que te haya pillado la voracidad empresarial. (Es decir, tienes tantas probabilidades de estar trabajando como de estar en paro). El primero de ellos trabaja en precario: trabajo temporal, menos de 800 euros mensuales, sin convenio aplicable salvo hacer lo que el jefe diga cuando el jefe lo diga. Su palabra es incertidumbre.
Dos de ellos disponen de un trabajo normal, por normal se entiende cercano o algo superior a los mil euros mensuales, nueve horas de trabajo diarias, temporal o indefinido con menos de dos años de experiencia. Sin incertidumbre pero sin seguridad.
El tercero y el cuarto han encontrado (gracias a motivos que no analizaré aquí de momento) un buen trabajo: de seis a ocho horas diarias, entre los dos mil y los tres mil quinientos euros, disponibilidad total a cambio de variables como coche de empresa, ordenador portátil, teléfono, seguros particulares, ventajas bancarias, créditos blandos, etcétera.
Los sujetos uno y dos aún no tienen hijos.
Los sujetos dos, tres y cuatro sí.
Sus respectivas mujeres trabajan todas ellas; 1, 2, 3 y 4 incluso en trabajos de mayor categoría o consideración que la de sus maridos. La mujer del sujeto 5 es funcionaria, con lo cual el análisis queda sujeto a otros condicionantes porque la comparación entre el trabajo privado y público obliga a establecer otros medidores.
Los hombres de estas familias dedican su tiempo libre (salvo el 4 y el 5 que dedican su tiempo libre al trabajo, viajan al extranjero una vez al mes y por España semanalmente) al deporte, a los amigos, al ordenador o al deporte en la televisión de manera mayoritaria. Sus mujeres no ven mal cómo gastan o pierden el tiempo libre porque .hay que cuidar de los amigos, hay que hacer un poco de deporte porque le viene bien o cómo le voy a quitar el fútbol y las motos si es lo poco que ve en la tele.
Estas mismas mujeres dedican el tiempo libre a las tareas del hogar, a los hijos (las tres que los tienen) de manera voluntaria y si acaso queda algo o pueden permitirse contratar alguien que ayude, dedican su tiempo a algún tipo de deporte.
Todas ellas opinan que las tareas se deberían hacer de manera compartida (¿acaso no nos encontramos ya inmersos en el siglo XXI y no tenemos asumidas las ventajas de la equiparación de tareas entre hombres y mujeres?). Al entrevistarlos a ellos se encuentran respuestas del tipo: no tengo tiempo, estoy cansancio al volver del trabajo, no quiero sacrificar mi tiempo de ocio (individual y pocas veces compartido con la familia) o directamente no les sale hacer las tareas del hogar.
Algunos limpian los cuartos de baño durante el fin de semana, o hacen paellas y gazpachos (siguiendo la vieja usanza) los días festivos. Algunos son conscientes de que no apoyan a sus mujeres en el trabajo diario (las rutinas como encargarse de los hijos o tener la casa medianamente limpia), pero insisten en que cuando ella me lo dice, yo ayudo. Que no está mal. De no ser porque ellas contestan: “¿Por qué tengo yo que decirte que me ayudas cuando la casa es de los dos a partes iguales y la educación de los hijos también depende de ambos?
El siglo XXI nos deja curiosas escenas familiares, nos deja modernidad y avances pero los hijos los tienen las mujeres y son ellas quienes sufren (o gozan, según el caso) de mayores tiempos de convalecencia, baja o descanso (ninguno de estos calificativos es apropiado y no hay ninguno que englobe el periodo que una mujer pasa desde que se queda embarazada hasta que puede disponer de su tiempo y su vida de manera individualizada. Por cierto, en el caso de los varones, esto sucede con extrema rapidez, aunque depende del compromiso de los padres, por otro lado).
La cultura española avanzó mucho desde la década de los 70 del siglo XX, unos avances que a finales de dicho siglo eran patentes con la inclusión de la mujer en el mercado laboral de manera rotunda y masiva, y otras cuestiones que nos colocaron al frente de la modernidad mundial (sobre el papel).
Las diferencias sustanciales a nivel económico son patentes, es sabido que la brecha del 70 % menos que cobra una mujer con respecto a un hombre en el mismo trabajo no se reduce (siempre hablando en términos estadísticos y como media). Es vergonzosamente conocido que algunos individuos (se usa adrede este calificativo) siguen abusando de su poder físico contra las mujeres para combatir sus propias limitaciones y frustraciones.
Pero tampoco es menos cierto que el peso de un hogar, de una familia, recae siempre sobre la mujer, y los motivos aducidos caen en una serie de tópicos que mejor no escribir.

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