Esclavitud mental

(Basado en varios casos reales)

Tengo total libertad y legalmente todos los derechos para contratar a un abogado y que, en mi nombre me defienda.
Soy libre para hacerlo, siempre que quiera, claro.
Cuando la esclavitud era un hecho legalmente mantenido, el trabajador esclavo (no olvidemos que el esclavo era trabajador, sobre todo. Además de otras cosas vergonzantes) sólo tenía miedo de dos cosas: del golpe diario (el castigo), y del golpe definitivo (la muerte). Ambos articulados en su ley correspondiente, según los países, incluido España.
En Albacete, en el año 2009, soy libre, sólo tengo que repasar las leyes que me obligan y me cuidan a partes iguales, así como los juzgados que me cuidan y me castigan a partes iguales.
Soy libre de elegir trabajo (pausa para las carcajadas), cambiar, evolucionar y, si mis derechos (escritos en letras doradas en leyes, y sentenciados con plumas de oro por jueces) no se cumplen, denunciar (o defenderme, mejor dicho).
He pasado seis años en una empresa, he firmado (porque necesito el dinero para vivir) contratos temporales en dicha empresa donde cada año nos amenazaban con que a los trabajadores malos (sin definir quiénes eran los malos y quienes los buenos) no les renovarían. A mí me han renovado porque he callado, no he levantado la voz.
Mi trabajo es cómodo, el salario me permite llegar a final de mes e irme de vacaciones, aunque no comprarme una casa, por ejemplo. El horario es adecuado, pero si mi jefe (que no vive aquí sino en Valencia) me llama un día cualquiera en que estoy librando, y me insinúa que debo ir a trabajar: voy. No cobro las horas extra, ninguno de mis compañeros las ha reclamado (porque se considera de mal trabajador, podrían echarnos).
Con estos condicionantes mentales de sublimación, de hacer lo que me digan, de agachar la cabeza diciendo síseñor, explico mi situación actual.
Me han despedido y me ofrecen 10 días de indemnización por el último año de mi contrato, olvidando los otros 6 que me han tenido a su entera y completa disposición. No hablo de esclavitud porque nunca me han pegado, pero sí me han gritado, menospreciado y amenazado.
Hablé con un abogado, sindical para más señas. Me dijo que tenía derecho a denunciar porque me habían engañado, realmente mi contrato se considera en fraude de ley (¿Fraude? ¿Cómo es posible que me engañe el empresario que amablemente me ha dado trabajo durante seis años?)
Pero me pregunto, si denuncio, ¿se hará realidad lo que me dijo antes de cerrarme la puerta en las narices? ¿Hablará con los empresarios de Albacete para que no me contraten en ningún otro sitio? ¿Me contratará dentro de cuatro meses cuando la Administración, o sea, el gobierno, le vuelva a dar una concesión multimillonaria gratuita de la que, además del beneficio directo obtiene el beneficio de no pagar legalmente a sus trabajadores?
Camino de casa fui pensando que 10 días no estaba tan mal. Ir a juicio sólo es de gente mala, no de personas decentes. Además, me ahorraría el trago de que un juez (con o sin pluma dorada, pero siempre con toga lustrosa), me dijera en su despacho privado que el empresario podía presentar cuentas negativas (verdaderas o falsas, pero imposibles de comprobar) y dejarme en la calle sin un euro y con su amenaza sobre mi cabeza.
Mejor no denuncio. Porque tengo libertad para tomar esta decisión, aunque sepa que no lo hago porque el sistema (la ley y todo su entramado) realmente no me defiende ni cuida de mí.

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