JUGAR AL DESPISTE

La opinión pública es un concepto con el que se puede jugar de manera sencilla, se coge un hilo o un cordón, se amarra bien el zompo y se lanza. Otra cosa es conseguir que gire y dure bailando el tiempo que queremos.
La actualidad la centran determinados debates que apenas afectan a una minoría de personas, como el uso de una prenda de vestir; a éste le unimos el siempre interesado y recurrido debate de la interrupción de embarazo que nos lleva a las posturas más cínicas, contradictorias y falsas que uno puede encontrar: no estoy de acuerdo, lo odio, es una situación tremenda, es un asesinato, pero si tengo que recurrir a él, o mi hija, o mi sobrina, o la vecina, o alguna conocida, que sea libre, gratuito, cercano y en condiciones sanitarias e higiénicas.
Luego otro eterno debate, la homosexualidad que siempre sale a la luz cuando hay aniversarios, celebraciones o eventos. ¿Por qué es objeto de debate una opción sentimental?
Si a estas razones le unimos el grandioso evento de Sudáfrica, que muchos creían junto a Marruecos o con leones en los campos de fútbol, el despiste está servido.
Es mi argumento principal, es uno de los que más repito, y es básico en ciencias políticas: despistar, desviar la atención, hacer que el espectador mire hacia otro lado para, como por arte de magia, hacer que el conejo desaparezca, o hacerlo aparecer.
El inconveniente es que cada vez quedan menos trucos, menos posibilidades de despistar y menos chisteras a las que recurrir.

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